Al norte del parque plata y castañar, junto a la A-42, se extiende uno de nuestros jardines favoritos. En él hemos recogido semillas silvestres que germinamos en invernadero, llevando las plantas una vez crecidas a espacios vecinales; lo dibujamos para reflejar la belleza y biodiversidad de los espacios de los márgenes; lo visitamos con paisajistas para reflexionar desde otras miradas cómo gestionar la naturaleza en la ciudad con acciones menos intervencionistas.
Se trata de un antiguo polígono industrial, un lugar olvidado, donde la vegetación espontánea comenzó hace años a romper la cubierta de asfalto del suelo y ha permitido la entrada de vegetación arbustiva y arbórea.
Una de las visitas más emocionantes al no lugar fue con el paisajista Ramón Gómez, un apasionado de la flora silvestre y de los descampados. Al margen de aprovechar su magnetismo personal para posar en este mágico espacio, le pedimos si podía escribir un pequeño artículo sobre la necesidad y potencialidad de estos lugares de renaturalización sin necesidad de la presencia humana.
Ramón proponía una mínima intervención, casi una figura de jardinero del siglo XXI, donde la observación primase sobra la acción. Simplemente dejar hacer a la naturaleza, convertiría este espacio aislado en un bosque.
“ Es el germen de un nuevo concepto. Un espacio natural dentro de las metrópolis, pero alejado de las clásicas zonas verdes urbanas. En ellos la intervención no debe ser el eje de las labores de conservación; desaparece la obsesiva necesidad de control, se respeta la espontaneidad vegetal y su propia evolución. En definitiva, es la dinámica de la vegetación la que esculpe y va dando forma al paisaje. En estas masas boscosas no actúa el jardinero, pues se debe intervenir con más calma. Sin pliegos de limpieza ni metas de rendimientos.”